Tuesday, August 21, 2007

De síndrome post-vacacional

Al final las “desperate holidays” se tornaron en unas vacaciones más o menos normales y corrientes, o al menos no tan aburridas como aquellos primeros días.
Recién llegado a tierras malagueñas con el pajareo típico y tópico que cada vez que ocurre algo fuera de lo normal aparece por mi mente me pongo a pensar en estos últimos días y si ya eran grandes las ganas de volver “cerca” ahora lo son mayores aún si cabe.
Como dice el amigo Phyera somos tan marginales que cuando nos preguntan “¿qué haces en vacaciones?” respondemos “volver a casa”. O al menos cerca de ella ya que siempre pasas más tiempo fuera que dentro. Y eso es lo que ha pasado en estos últimos días que puedo decir que han sido irrepetibles… aunque espero repetir.
He estrenado coche. Un flamante Volkswagen Golf último modelo que sólo le falta volar. Me apetecía hacerle el rodaje aprovechando estos días de vacaciones para darle un poco de cera y hacerle kilómetros sin control con una escapada a Valladolid, a Palencia o a Salamanca pero al final el destino más insospechado y casi casi sin planear nada fue Santa María de la Vega. Un pueblo de nosecuantos habitantes desperdigado al pié de la sierra (la definición de este pueblo es “casa maiz tierra tierra casa huerta maiz casa tierra tierra casa bar maiz maiz”) que a priori poco podía ofrecer a mis expectativas de una noche de fiesta y desenfreno. Craso error.
Las cosas salen bien cuando no se planean y nuevamente se volvió a cumplir esta afirmación. La llamada del amigo Coto cuando aún estaba durmiendo aquella mañana del 15 de agosto era el pistoletazo de salida para lo que al principio iba a ser un día de “hacer algo diferente que no sea quedarme en casa frente al ordenador” y que finalmente fue “dos días de comer, beber, fumar, descojonarnos y demás”.
Mi plan era ir a dicho pueblo a celebrar las fiestas patronales con la intención de ir después de cenar y volverme ya de madrugada más bien con el sol ya muy arriba a dormir a mi casita pero el amigo Coto se empeñó en que me quedara a dormir y que ya me iría… eso, que ya me iría algún día de estos.
Raudo y veloz a eso de las 17:00 pongo rumbo al lugar y en apenas una hora llego a mi destino. Tras deambular un rato por el pueblo intentando localizar un sitio donde haya cobertura para llamar a los colegas doy por fin con ellos y comienza el show non-stop de beber-comer-fumar-risas.
Con Coto y Panu vamos a visitar lo que sería nuestras segundas y sucesivas casas por estos días que son por orden “la peña” y el bar “maral”. La peña, que es el lugar donde se reunen los colegas para beber y más antes de ir al baile verbena amenizado por orquesta de éstas típicas de los pueblos, estaba un poco llena de mierda de los restos de la noche anterior (desconozco la razón por la que no fui antes a este pueblo) así que la dejamos más o menos limpia lista para otra noche de jaleo. El “maral” es un bar diferente a lo que estamos acostumbrados en un pueblo de semejante calibre. Un bar de ambiente moderno para lo que viene a ser un pueblo donde la mayor parte de residentes son abuelos de ya avanzada edad no pinta mucho a primera vista pero quedé impresionado de tanta juventud que había en aquel lugar. Caña y pincho por un euro no está nada mal para ser el lugar que era pero por lo que pude comprobar era más habitual de lo que parece.
Una vez conocidos los lugares el siguiente paso era conocer a las personas. Las primeras en aparecer era una parte de la familia Furones, que no tiene nada que envidiar a la de los Serrano.
Hacía varios años ya que no veía al señor Fu, y casi siempre por no decir siempre le habia visto en estado ebrio por lo que la imagen de que apareciera con cara de sueño y en gayumbos se me ha quedado marcada para siempre en mi mente. XDDD. Es duro entrar en una casa desconocida y que lo primero que veas sea eso pero en fin…
Cuando volvimos al “maral”, después de la miniescapada a Pobladura del Valle a conocer las famosas bodegas a seguir comiendo y bebiendo, allí nos estaban esperando cuatro chicas guapísimas las cuales serían nuestras compañeras de fiesta (al menos mía) durante el resto de la noche.
De todas ellas hubo una que me llamó la atención. Cuando nos presentaron me dijeron que ella ya me conocía de antes y yo, ojiplático, no tenía ni la menor idea de cuando había ocurrido tal encuentro. Por mucho que intentaron refrescarme la memoria no conseguía recordarla. Es difícil, pues yo nunca olvido una cara bonita y ella sin duda, lo es. Si me llamó la atención fue precisamente por eso, su cara tan linda, sus labios perfectos, etc. ¿Cómo es posible haber olvidado aquella personita tan guapa? Estoy perdiendo facultades, sin duda.
El caso es que llegó la noche y ya todos juntos nos fuimos a la peña a beber ahí como si tuvieramos problemas.
Un poco de verbena ya terminó por congelarme del todo pues a pesar de ser agosto hacía un frío exagerado con lo que acabé con mis huesos y con las chicas en un bar, la tasca, como decía Coto. Allí nos tomamos unos cacharros y nos contamos nuestras vidas hasta altas horas de la madrugada.
La noche concluyó ya sin chicas y con el resto de componentes altamente ebrios en el maral hasta que se hizo de día.
Se podía haber complicado más la noche si hubiera habido cervezas en la peña pues para bajar los bocatas que nos zampamos a eso de las 8 hubieran venido de cine… pero no hubo y tuvimos que irnos a dormir, con la intención de “madrugar al día siguiente” para volver a casa.
Pero la cosa se lió. Se lió mucho. Con lo que mi vuelta a casa tuvo que esperar 24 horas más, ¿en contra de mi voluntad? Quizá sí, o quizá no. Pero hubo una razón que definitivamente hizo que me quedara una noche más.
Cuando nos levantamos fuimos a “la casa de los serrano” a levantar al personal para ir a tomar el vermut. Tenía pensado, ya que habíamos llegado a este punto, irme a casa después del vermut, pero entre unos y otros, y sobre todo ella, hicieron que definitivamente me quedara.
Así que más de lo mismo. La tarde entre la peña y las cañas y pinchos a un euro que degustamos primero en Benavente y luego otra vez en el maral donde volvimos a reunirnos con las chicas y donde nos hicimos unas fotos un poco marginales (al menos por mi parte) que a estas horas estoy esperando que me lleguen al e-mail. La noche fue un calco de la anterior más o menos. Copas en la peña, baile y el recorrido final por la tasca y el maral.
Al final de la noche, o mejor dicho el principio del día regresamos de nuevo a la peña a comer un poco antes de acostarnos. Laura me ofreció unas galletas príncipe de esas de chocolate y me comí 3 ó 4 antes de ir a dormir. Creo que no hicieron buena reacción en mi estómago.
Finalmente llegó la hora de las despedidas, más concretamente de la despedida de ella. Fue un momento breve, pero me quedo con el abrazo que me dio y los dos besos de rigor.
Con el sol ya en lo alto y con unos seis grados de temperatura pusimos punto y final a las fiestas de un pueblo que me ha convencido para volver en otra ocasión, eso sí, más organizado. Al menos necesito volver para… para nada, para contemplar esos ojos, esos labios, esa cara angelical que una vez y sin querer me conquisto y ya nunca pude borrar de mi memoria.
El resto de las vacaciones ya han sido en el pueblo donde debería haber pasado las vacaciones pero por circunstancias ajenas no ha podido ser así. La noche del viernes entre copas arreglando el mundo y haciendo trajes como casi siempre. A las 5 a casa y sin haber vendido una escoba.
Y el sábado, último día de vacaciones en sí estuvo todo el día ocupado en hacer lo que no había hecho en todas las vacaciones y la noche, eso sí, no se perdona y tras una cena nos fuimos de fiesta a otro pueblo por ahí perdido donde hemos estado haciendo el marginal otro rato hasta altas horas de la madrugada, como siempre.
Al final lo que parecía torcerse salió más o menos bien y nuevamente me llevó a un estado de ánimo de semieuforia que hoy cuando he vuelto a estas tierras me ha vuelto a decir que mi sitio está más al norte… y eso hay que remediarlo. Ya va quedando menos.

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